En ocasiones, cuando nos ponemos a indagar en el origen de algunas recetas ancestrales, aparecen ligadas a ellas apasionantes historias de viejos marinos.
La tempura, bastión y representante de las frituras japonesas en todo el mundo es un claro ejemplo de las sorpresas que nos ofrecen las historias más épicas ligadas a la navegación, donde la fusión de culturas y las mutuas curiosidades dan como resultado nuevas señas de identidad.
A mediados del s.XVI aparecieron en Japón los primeros navíos españoles y portugueses cargados de comerciantes ávidos de fortuna que compartían ventura con misioneros y sacerdotes jesuitas dispuestos a convertir tan lejanas tierras y a sus habitantes al catolicismo. Este gran desembarco dio como resultado asombrosas historias a veces no muy conocidas, como la fundación de la ciudad de Nagasaki por los pobladores portugueses.
A esta época se remonta el origen de la tempura, cuando los japoneses, que ya se caracterizaban por su curiosidad, empezaron a adoptar y adaptar la técnica de la fritura con la que se alimentaban los forasteros hispanos, incorporando a sus costumbres la de alimentarse a base de verdura y pescados en tiempos de vigilia.
Y así, de esta curiosidad y su característica visión de la perfección nació lo que hoy conocemos como tempura, que heredaron de nuestros antepasados ibéricos y elevaron para el mundo a nuevo modo de arte.